Es cuando el poema trata de algo peor que la muerte: del desencuentro, del no hallarse nunca nuestros destinos; de aquella determinación de que, pese a estar signados y hechos el uno para el otro, nunca podremos alcanzarnos ni coincidir en el tiempo ni en el espacio. Y esto es más doloroso y frustrante que la misma muerte, porque es la fatalidad en lo más esencial de la vida: la devastación de la hermandad y el fracaso total del verdadero amor. No nos encontramos y si lo hacemos es tarde, cuando todo está perdido. Ese es el trasfondo que hay en el juego de las escondidas, cuando éste se lo atraviesa de la sensación, de la intuición y de la visión espeluznante del desencuentro.
Tiene este pasaje la queja del resentido por amor, cuando el ser querido falta a una cita y ello nos duele mucho. ¿Y qué actitud se adopta? Hacernos inubicables. La tragedia de esta vida y la búsqueda inútil es anhelarnos tanto sin poder hallarnos con quien es nuestro exacto complemento...
Lo atroz es que, pese a buscarnos, nos crucemos sin decirnos nada.